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Hasta el vómito, lavado por la lluvia;

licor que emerge de la saciedad

y se disuelve en charcos de penumbra.

Pugna entre el recuerdo y el alcohol

en la que siempre triunfa el más dañino:

exorcismo del espíritu negro

al veneno de precio material.

Conformo la basura de miradas ajenas

que excita la pupila suprahumana;

planteo interrogantes que oscilan con mis pasos

al ritmo de martillos incesantes.

“¡Soy yo, Señor, el que te ha abandonado!”

aún grita en mis adentros el cobarde.

Si os miro una vez más sin protegerme

y nos enfrento a mi luz más despiadada,

ya sólo me sostiene la voluntad variable

de algún que otro poema

que retrata un presente

borracho de pasado

y de no ser.