Segundo Clon y Glorika Adrowicz
Un siglo hasta su mayoría de edad. Medio más hasta el regreso de su amado. Seis meses, después, de verdadera incertidumbre y dolor cotidiano. Ahora tomaría la iniciativa. Quizá no pudiese hacer nada, pero no se cruzaría de brazos. Su Raahami disminuyó el paso hasta detenerse completamente. A una orden suya, desapareció en la espesura. Marthadel se sujetó fuertemente el zurrón alrededor del cuello y comenzó a caminar en dirección al templo de Madrivo. Había visitado el lugar en una ocasión, y era consciente de que aún debía recorrer una buena distancia. Quizá una hora, a través de la selva enmarañada, muy diferente a la que atravesase entonces. La lucha era feroz aquí, y el calor contribuía a que las cadenas de Vida fuesen rápidas y complejas. Miles de insectos diferentes devoraban y fecundaban plantas o a otros insectos que a su vez eran devorados por plantas, artrópodos, aves, que transportaban, morían, se pudrían, y eran aprovechados por plantas, insectos… Marthadel sabía muy bien que si algo le ocurría pronto pasaría a formar parte de aquel vasto ecosistema local.
Pero los pensamientos de la joven no se interrumpían por aquella certeza. Llevaba en el zurrón la corona que algún día portaría como Señora de los elfos. O hubiera lucido, si no se dispusiera a entregarla como ofrenda. Era de oro y gemas, pero Marthadel sabía que allí no residía su verdadero valor. Éste residía en el significado que poseía para el pueblo elfo. La corona de su independencia, la corona de Maberel, que los había guiado hasta su nueva tierra, hasta Cerian al Fionol.
Marthadel la había robado. Sigue leyendo