Etiquetas
por Glorika Adrowicz
Al Actual Señor del Panteón le gustaba mostrarse en aquella forma, dechado de virtudes en que ansiaba educar a sus adoradores. Honesto, laborioso, cabeza de familia, el Sagrado Escarabajo se paseaba por la cercanía de los poblados empujando su bola de estiércol para admiración de mayores y regocijo de niños. Bien es verdad que las culturas más curiosas, las más metódicas en sus investigaciones naturales, jamás habían llegado a comprender la utilidad de aquellas fatigas, toda vez que Portacaquitas –así era denominado por aquellos descreyentes– se veía obligado a abandonar sus bolitas tras lo que él consideraba su misión pedagógica, pues su esposa Susurro de Viento, Diosa que lo era del Trueno, del Rumor de las Lenguas Enfermas y de Otras Varias Gracias, jamás se había dignado acometer tan esforzada tarea, ni fingir siquiera que ponía huevos en la bola de la que aquellos debían alimentarse tras eclosionar. Pero el Actual Señor del Panteón, cuyos nombres tapizarían el cielo si alguien se tomara la molestia de encontrar la forma de escribirlos allí y el trabajo de hacerlo, se mostraba pragmático y realista, consciente de que no se podía llegar a todo el mundo, y daba su tarea por buena siempre que escuchaba una plegaria en la que alguien agradecía, al menos, que los dioses le hubieran concedido forma humana y no le hubieran castigado a aquella existencia vil de la que, sin embargo –añadía precavidamente–, tanto había aprendido.
Aunque no lo reconocía públicamente, y menos aún en planos de existencia superiores, que podríamos denominar gloriosos, a veces aquel tipo de afirmaciones le dolían en lo más íntimo, y sus seis divinas patas se removían inquietas bajo su gran coraza quitinosa. Le molestaba que su esposa Susurro de Viento, que podía adoptar la forma que se le antojara, jamás hubiera optado por ninguna de las innumerables adaptaciones coleópteras, y que incluso a sus gracias hubiera añadido la de Protectora de las Mujeres Adúlteras, mientras se paseaba por ahí en compañía de aquel Búfalo espectral. El Resto de los Dioses del Panteón se habían burlado y reído de él desde entonces, a su cara y a sus espaldas –todos menos Hierática, la Diosa del Humor, a quién todo aquello le parecía una tragedia cósmica (añadamos que su atributo no había sido elección suya, asumiendo con resignación el recuento de votos de la asamblea divina; durante varios eones, los dioses se golpeaban con los codos unos a otros cada vez que la plegaria de un cómico llegaba a aquel plano de existencia buscando a su legítima receptora, cuchicheando y observando expectantes la reacción de Hierática; jamás una burla, jamás un chiste, jamás una sonrisa habían modificado aquella Presencia). Para el Actual Señor del Panteón (en adelante, Sepan), la verdadera tragedia consistía en que, mientras él trataba de instruir a aquellos que creían depender de él, su señora se dedicaba a hacer cuanto le venía en gana delante de ellos, permitiendo que mitos absurdos tomaran forma y se desarrollaran en sinuosas estructuras insostenibles, erguidas mediante la simple fe y la ignorancia; que algunas de ellas acertasen con la verdad no podía fundamentar aquella actitud irresponsable. Sigue leyendo