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Tarea cumplida. Podría haber dormido de un tirón hasta las diez de la mañana del día siguiente, pero tres horas bien descansadas me bastarían para superar con un mínimo de lucidez los retos que suponían la cena y un paseo hasta la Place de la Victoire. No pensaba hacer más esfuerzos antes de acostarme, esta vez sí, durante largo tiempo.
Me di un agua y me vestí. Eran ya cerca de las ocho. Un poco pronto para cenar, aunque llegar hasta los kebab me llevaría una media hora de paseo tranquilo. Aun así era pronto; quizá me arriesgase a explorar algunas calles de St. Michel. Allí sin duda encontraría algún lugar que ofreciera comida española.
Cogí la maleta y bajé en el ascensor; la dejaría en la consigna antes de irme.
Y entonces me acordé de ella.
Mientras descendía, mucho antes de llegar al piso bajo, mi mirada ya se disponía en la dirección apropiada. No había por qué disimular. Sigue leyendo