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Divina Hierática
Jamás un mal gesto había hecho mella en aquel rostro que tampoco se había dejado sorprender en uno bueno. Como era su derecho, había solicitado una segunda vuelta y luego un recuento de votos de la Asamblea Divina, sabedora de que no modificaría un ápice el resultado –imposible ignorar los esfuerzos que todos hacían por contener su regocijo, las toses que disimulaban las risas de los menos disciplinados–. Había aceptado su nuevo atributo como Diosa del Humor y, desde entonces, eones atrás, había emprendido la tarea cotidiana de Escucha de Plegarias y Quejas con toda la voluntad minuciosa que ponía en sus propias Plegarias, Quejas y Sugerencias al Actual Señor del Panteón –en el que no depositaba la más mínima confianza como Deidad, empeñado como estaba en sus maniobras educativas sobre los pueblos mortales de las llanuras del mundo sublunar. Podía ver al Resto de los Dioses del Panteón enfrascados en pueriles y estériles juegos, en sus chanzas apenas disimuladas cada vez que la plegaria de un alma atormentada por el anhelo de la risa buscaba su ayuda y su consuelo; aquellos espíritus celestiales habían olvidado la terrible responsabilidad que tenían frente a aquellos seres infradivinos que por casualidad los habían encontrado y reconocido como superiores; debían ser no solo un modelo de conducta, sino aun una constante aspiración, por más vana que esta fuera (un humano es un humano, al fin, si no una lombriz); el Actual Señor del Panteón, el Sagrado Escarabajo, Portacaquitas, quizá lo intuía pero era incapaz de renunciar a sus propias ideas pedagógicas, por más que ella trataba de mostrarle el camino (origen, medios y fin).
–Por aquí hay un problema de i-diosingracia –se mofaban algunos a su cara–. Se ha extraviado el sentido del humor, ¿alguien conoce su dirección? Sigue leyendo