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He vuelto a despedirme. Firmemente.
Esta vez he llegado muy lejos:
en el octavo brindis solitario
he aguantado con valor tu mirada
y he decidido que te puedes marchar:
adiós, amor, adiós.
En el noveno, fortifiqué oídos,
abatí defensivamente párpados,
pero olvidé petrificar la piel;
ahí estaban tus manos en mi nuca,
tus brazos en mi cuello,
tus pechos en mi pecho.
Mis labios absorbieron palabras de saliva.
Estás aquí, conmigo, y renuncias a irte.
Qué extraño es que en el décimo
ensaye, entre las sillas,
pasos de baile y viento,
físicas insumisas.
Dónde me esperarás la próxima ocasión
en que sienta las fuerzas para vivir mi vida.