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Siempre culpé a la noche,
mientras perdía la acción en cada línea,
alimentando voces que se daban
el nombre de salida;
así me consumía.
La noche solitaria me traía
proyectos de semillas que nunca germinaron,
me traía olvidos recordados,
responsabilidades en fracasos;
y todo le aceptaba yo a la noche,
porque ella era mi dios y yo el diablo.
Entonces recogía la metáfora,
cantaba en el papel la palinodia,
y añadía a los versos la desgana.
No era sangre esa tinta,
repugnante sudor de las mentiras.